Los desposeídos -la "gran bestia" del mundo- pueden provocar trastornos
y deben ser controlados en aras de lo que en la jerga técnica se denomina
"estabilidad", lo que significa subordinación a los dictámenes de los
amos. (Noam Chomsky)




“…Entonces el segundo payaso grande, que era sin lugar a dudas el más cómico, se acercó a la baranda que limitaba la pista, y Carlos lo vio junto a él, tan cerca que pudo distinguir la boca cansada del hombre bajo la risa pintada y fija del payaso. Por un instante el pobre diablo vio aquella carita
asombrada y le sonrió, de modo imperceptible, con sus labios verdaderos. Pero los otros tres habían concluido y el payaso más cómico se unió a los demás en los porrazos y saltos finales, y todos aplaudieron, aun la madre de Carlos…”
(Fragmento de “Esa Boca”, 1955. Mario Benedetti.)


jueves, 21 de febrero de 2008

Un ejemplo a seguir, Australia pide perdón


por Raúl Sohr


Un rasgo dominante de las culturas occidentales es la convicción de su superioridad frente al resto del mundo. Este sentimiento adquirió casi fuerza de doctrina en los siglos de colonialismo. Pero el fin de los imperios no sepultó la semilla del etnocentrismo entre sus emancipados descendientes. Las concepciones supremacistas pervivieron con brutal fuerza para justificar los abusos contra las poblaciones indígenas. La concepción básica, incluso entre aquellos que no comulgaban con una visión racista, consideraba a los indios como seres primitivos, que vivían en una miseria material y espiritual. En América Latina, más allá de despojarlos de sus tierras y aniquilar sus culturas, se les tendió una mano para convertirlos en iguales mediante el bautizo.

La adopción de la religión colonizadora los convertía en humanos, al menos en cuanto a las almas. Para mayor seguridad, los indígenas eran encomendados a los colonos de modo que éstos velaran por su debida integración a la cultura dominante. En la práctica, la encomienda no fue otra cosa que una esclavitud encubierta. Australia vivió su triste capítulo propio de abuso contra los pueblos originarios. Cerca de cien mil indígenas y niños de raza mixta fueron arrancados a la fuerza o mediante engaños del regazo de sus padres. Entre 1910 y 1970, rigieron leyes federales y estatales que buscaban integrar a estos menores a la sociedad. Era una política de etnocidio que pretendía, por la vía de la mezcla racial, diluir sus raíces para con el correr de las generaciones convertirlos en 20 personas lo más blancas posible. La mayoría de los niños arrancados a muy tierna edad crecieron en orfanatos, en misiones religiosas o fueron adoptados por familias blancas.

Como era de esperar, muchas de las criaturas, al no tener la protección de sus progenitores, sufrieron abusos sexuales y fueron explotadas sin recibir pago por su trabajo. Sólo hace diez años, el gobierno australiano publicó un informe llamado "Traigámoslos a casa". Este reconoce los dramáticos daños sicológicos ocasionados y se propusieron tratamientos y compensaciones para las víctimas.

Esta semana el Primer Ministro laborista, Kevin Rudd, pronunció en el Parlamento en Canberra palabras que los indígenas esperaron por siglos: "Meditamos sobre los malos tratos sufridos por los aborígenes, meditamos en particular por los malos tratos a los que constituyeron la generación robada, este capítulo vergonzoso de nuestra historia. Por el sufrimiento y las heridas de estas generaciones robadas, sus descendientes por las familias que dejaron atrás, por ellos pedimos perdón Por las vejaciones y la degradación infligidas a un pueblo y una cultura orgullosa, pedimos perdón".

Rudd agregó que "el padecimiento es agudo, grita desde las páginas el dolor, la humillación, la degradación, la pura brutalidad del acto de separar físicamente a una madre de sus hijos es un profundo asalto a nuestros sentidos, a nuestro sentido más elemental de humanidad". La emoción embargó a muchos de los indígenas que viajaron a Canberra para escuchar estas históricas palabras. Pero varios declararon que las palabras son un primer paso. El siguiente debe ser una política de compensaciones.

Los indígenas suman 450 mil y representan 2% de una población de 21 millones de australianos. Sus condiciones de vida son deplorables, con altos índices de cesantía y un lamentable estado de salud, que se expresa en 17 años menos de vida que el promedio de sus compatriotas. Entre ellos la violencia, los crímenes, la drogadicción y el alcoholismo alcanzan cotas alarmantes.

Australia, al pedir perdón, dio un gran paso. Es un ejemplo digno de ser emulado en América Latina, donde se han conocido episodios tanto o más violentos vividos por los indígenas. Nunca es tarde para reparar las injusticias y combatir el racismo


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