Los desposeídos -la "gran bestia" del mundo- pueden provocar trastornos
y deben ser controlados en aras de lo que en la jerga técnica se denomina
"estabilidad", lo que significa subordinación a los dictámenes de los
amos. (Noam Chomsky)




“…Entonces el segundo payaso grande, que era sin lugar a dudas el más cómico, se acercó a la baranda que limitaba la pista, y Carlos lo vio junto a él, tan cerca que pudo distinguir la boca cansada del hombre bajo la risa pintada y fija del payaso. Por un instante el pobre diablo vio aquella carita
asombrada y le sonrió, de modo imperceptible, con sus labios verdaderos. Pero los otros tres habían concluido y el payaso más cómico se unió a los demás en los porrazos y saltos finales, y todos aplaudieron, aun la madre de Carlos…”
(Fragmento de “Esa Boca”, 1955. Mario Benedetti.)


jueves, 4 de septiembre de 2008

La perplejidad de la élite señorial en Bolivia


por: Ximena Soruco Sologuren

(Bolpress)


Contra quienes argumentaban que el referéndum revocatorio no cambiaría en nada la situación del país, ni el "empate" ni la "polarización" de las dos Bolivia, hoy es posible analizar una consecuencia fundamental (que se lee el 10 de agosto pero se va formando anteriormente): la subjetividad de la élite señorial boliviana ha sido profundamente abatida.
La subjetividad de los actores políticos es central para el análisis de su voluntad de poder, su proyecto, sus estrategias y posibilidad de alianzas. Esta subjetividad no se mide en términos numéricos, aunque de hecho las cantidades sociales (cuantificadas en las votaciones) pueden repercutir en esta subjetividad nunca la contienen plenamente.

La subjetividad de un actor político es su manera de colocarse en el mundo, de verlo, de verse a sí mismo y a sus aliados y oponentes, es su manera de verse desde el pasado y hacia el futuro. Es su constitución profunda, lo que es y puede ser en un momento determinado.

La perplejidad es la confusión ante un mundo que antes era mío en el sentido de familiar, de manejable, de coherente porque había un marco de sentido común con los adversarios políticos, aún en la pugna. Incluso la guerra implica algún acuerdo presupuesto, no dicho, sobre los métodos que se emplea, qué significa la victoria, la derrota, sobre la forma en que se ven los contendientes. La estrategia política también implica una base de calculabilidad mínima, las fichas de un tablero se mueven de acuerdo a un cálculo de anticipación de las jugadas del oponente, mi estrategia es un adelantarme a la estrategia de mi oponente, para impedírsela, para desconcertarlo y ganar terreno de su confusión.

La perplejidad ante ese mundo que se me desmorona, o más bien ante el Yo que se desmorona por este mundo ahora sentido como ajeno, como desconocido, oscila entre la paralización y la violencia errática, que también sería una forma de paralización en cuanto acciones disparatadas sin posibilidad de definir un rumbo, una estrategia porque ya no hay calculabilidad, porque se ha perdido el marco de sentido común con el mundo.

La élite en Bolivia ha tenido y tiene como fundamento de su subjetividad el señorialismo, el convencimiento de que es señor (criollo, burócrata, patrón) en un mundo de indios que le debe subordinación, seguimiento paternal, respeto. En el peor de los casos, el señor esperará que el indio al que ha dominado quiera vengarse, quiera ser señor a su vez, que lo aceche y se rebele porque en lo profundo de su ser indio quiere ser señor. Esta "envidia del siervo al patrón", este "querer ser patrón" es parte de la calculabilidad política del patrón: la expectativa de que el otro actúe como uno mismo actuaría, en un mundo que comparten patrón y siervo. Si el patrón está dispuesto a usar las armas, la violencia y la muerte para defender su posición en el mundo, el patrón está seguro que el siervo rebelado va a hacer lo mismo, porque ese es el mundo que su dominación ha construido. No hay patrón sin algún tipo de reconocimiento del pongo.

Pero, cuando el pongo, el indígena, el colonizador no responde acatando la obediencia del patrón, su cacicazgo político, y peor, no actúa como el patrón actuaría, buscando ser como él, llega la perplejidad. ¿Qué ha pasado cuando mi ser señor ya no tiene sentido, cuando el señorialismo ha perdido el poder de significar, de estratificar, de legitimar el mundo? ¿Qué ha pasado cuando se está perdiendo no solamente mi fuente de dominación, mi posición como señor, sino el fundamento de esta relación de dominación, la relación señor/indio? Sin esta referencia que constituye mi relación primordial con el mundo, mi subjetividad se desmorona, no atino a articular nada más que violencia desnuda, pánico, envejecimiento y derrota.

En la perplejidad se necesita buscar certezas, y como no se puede hacerlo ya del mundo, aparecen las certezas de uno mismo, lo que se es en lo profundo. La élite hoy grita que lo único que tiene -y que defenderá hasta la muerte- es la tierra porque simboliza la hacienda, la relación con el indígena, el control político del poblado a látigo y pistola. También grita su odio al otro, al indio, porque no lo obedece más, porque ya no le tiene miedo; pero sobre todo porque no quiere ser como él, porque al no querer ser como él ha desquiciado su mundo, lo ha destruido.


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